Se descubren en ellos algunos de los temas clásicos del imaginario propio del país del Sol Naciente. Dado su carácter insular, es casi una constante resaltar su relación con el mar y con los animales, reales y ficticios, vinculados a este medio. También con los zorros y con los tejones, con los que siempre convivieron los japoneses, pero a los que nunca pudieron domesticar. Y, por supuesto, el fuego, lo fantástico, el mundo del más allá, las mujeres celestiales... y los finales tristes y melancólicos, debidos en parte a un ancestral culto estético hacia la belleza que perece, hacia lo que no es eterno.
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