Mi día a día era siempre el mismo: me levantaba, atendía a mis pequeños, los llevaba al cole, desayunaba con mis amigas, hacía la compra, sacaba a mi perra y me iba al trabajo.
Todo era perfecto y yo me sentía una mujer feliz. Pero, tras veinte años de matrimonio, todo se trastocó cuando me enteré de que ese marido al que tanto veneraba, y por el que siempre había puesto la mano en el fuego, me estaba engañando con otra.
Así que me divorcié y aprendí a aceptar que Alfonso y yo ya no somos más que los padres de tres preciosos niños y unos auténticos desconocidos.
Poco a poco voy empezando a disfrutar de la libertad que me da mi nuevo estado civil y, por qué no, de ir encontrándome con Diego, el vecino buenorro de la urbanización de mis padres por el que todas suspiran.
Hasta que una tarde me invita a cenar. Él y yo solos.
El contacto de seguridad todavía no está disponible. Si necesitan esta información solicítenla mediante este enlace
Este artículo no tiene advertencias de seguridad. Si tienen alguna duda al respecto consulten al contacto de seguridad.