desarman a cualquiera. Todo les vale para librarse de la merienda que no les gusta o escamotear los juguetes
favoritos. Su sinceridad a prueba de bomba nos pone en aprietos a los adultos y siempre, con su actitud, nos
recuerdan que la imaginación es un rasgo de la infancia que nunca deberíamos perder.
Una vez más, la realidad supera a la ficción.
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